Lamentablemente, y esto es complicado de reconocer en un espacio fundamentalmente político, por mucho que estemos ante el momento electoralmente más ilusionante desde que recuerde y ante un horizonte como mínimo interesante, lo cierto es que mi mayor aliciente de la campaña electoral es que acabará pronto. Las campañas electorales me parece que son a la política lo que el porno al romanticismo: no carecen de interés pero son mayormente obscenas. Sin embargo veo el interés que ha despertado la figura de Manuela Carmena entre un colectivo de artistas e ilustradores y recupero parte de esa ilusión perdida. No por el programa, las listas o las posibilidades de cambio, que también, sino porque si ha habido antes una candidatura con esa capacidad de convocar al talento y la creatividad yo, sinceramente, no la recuerdo. Y oigan, uno puede decidirse a votar por abstrusas divagaciones sobre la prima de riesgo, sobre números que se dicen buenos pero que puestos sobre la mesa son peores que los de hace cuatro años, sobre la extensión de la zona verde o el semáforo que le van a poner en su calle, pero estoy razonablemente convencido de que de todos los argumentos que se escuhan estos días el de la capacidad de movilizar el talento, el compromiso con la cultura, no es desde luego el más peregrino para decidir el sentido del voto. Yo, como todos, quisiera una ciudad más limpia, más segura, más justa, más igualitaria, más habitable, más amable, más libre, más verde y todo eso que se dice pero como soy un descreído y tiendo a esperar poco más de lo que veo, me conformaría con un Madrid menos cateto y diría que en ese sentido algo ha logrado remover la candidata de Ahora Madrid.
jueves, 21 de mayo de 2015
miércoles, 20 de mayo de 2015
Delirio
Tiene algo de justicia poética
que en una campaña marcada por la aparente y progresiva pérdida de juicio por
parte de la candidata del partido popular a la alcaldía de Madrid, el momento
álgido de la populista endeblez intelectual de ésta se haya puesto de
manifiesto precisamente en su debate con una juez. En democracia, poner en
libertad a un convicto que en virtud de la normativa en vigor ha cumplido su
condena no sólo es un acto de estricta justicia, sino que se mire como se mire
no es otra cosa que una obligación. Culpar al juez de esa puesta en libertad es
como culpar al fontanero de la fuga de agua, a fin de cuentas tarde o temprano
aparece por allí. Si por la razón que sea hay ciudadanos que encuentran
moralmente censurable que determinado tipo de delincuente salga en libertad en
un periodo de tiempo que consideran escaso, y en el caso de los terroristas hay
muchos que lo perciben así, no es al juez que los pone en libertad a quien
deben recriminar ese hecho, sino a los miembros del poder legislativo que o
bien aprobaron la legislación en cuestión o bien cuando tuvieron la oportunidad
no la modificaron. Dicho de otra forma, Esperanza Aguirre culpa a los jueces de
las consecuencias de la aplicación de las normas que los gobiernos de los que
ella formó parte aprobaron o no modificaron, algo inaceptable pero no especialmente sorprendente
en quien culpa de sus propias infracciones de tráfico a los agentes de movilidad
que las multan.
Pero según escribo me doy cuenta
de hasta qué punto puedo estar equivocado: yo mismo he calificado de argumentalmente
endeble el discurso de Aguirre cuando probablemente no sea tal sino el
resultado de un cálculo electoral, el viejo método de decir lo que haga falta
para conseguir votos o generar rechazo hacia los demás. Si es así lamento decir
que ha ido demasiado lejos, lo que tampoco sorprende porque la candidata en
particular hace tiempo que vive allá, pero en ese caso no quedaría otro remedio
que añadir un calificativo al argumentario aguirrista y asumir que, además de desquiciado
y populista, es francamente miserable.
Es una suerte que ya no se puedan
publicar encuestas, si se hubiera hecho una entre quienes vieron o tuvieron
noticia del debate protagonizado anoche entre Esperanza Aguirre y Manuela
Carmena, vista la reacción de eso que el presidente del gobierno llama las
personas sensatas, habría que proponer a la primera como jefa de campaña de la
segunda, cosa que ésta rechazaría sin duda porque afortunadamente queda gente
que no cree en el todo vale como argumento central de la vida política.
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