Por si el lamentable espectáculo combinado de alanceamiento y
lapidación del toro de la Vega no hubiera resultado lo suficientemente
medieval, la ministra de agricultura ha decidido poner su granito de arena en
el viaje al pasado que invade las páginas de actualidad anunciando su intención
de modificar la directiva Hábitat para, contra todo criterio científico e
incluso económico, permitir la caza del lobo al sur del Duero. La idea en sí,
aunque a mí me suene completamente extemporánea en cualquier conversación que
no contenga también expresiones como “milana bonita”, supongo que es
culturalmente tan opinable como cualquier otra, pero para un responsable
público la otra parte de la noticia, la que dice que es contraria a toda opinión de todo aquel que haya estudiado seria y científicamente el problema,
es la que debería prevalecer. Me es indiferente lo que la ministra opine
personalmente al respecto, su obligación es hacer lo mejor para sus
representados y su trabajo es privilegiar el interés general frente a cualquier
otra consideración, lo que desde luego incluye supersticiones pedestres y
arbitrarias.
Leí este verano en el Diario de Pontevedra un interesante
artículo en el que se explicaba que antiguamente eran tradición en fiestas los
rodeos de delfines, espectáculo sangriento que no sólo ya no se celebra, sino
que casi nadie recuerda y, en el caso de ser preguntado al respecto, a la
generalidad de los ciudadanos del lugar les repugna. Fue tradición hasta que
dejó de serlo para convertirse en atavismo, mal recuerdo o simplemente perderse
en el olvido. Así de inconsistente es el argumento de la tradición que pueden
esgrimir a su favor (y de hecho lo esgrimen) los defensores del toro de la Vega
y no por intelectualmente inconsistente es menos respetable que quien lo
considere válido lo utilice. Sin embargo esto de cazar lobos no tiene a su
favor ni tan siquiera ese débil argumento. Ni es útil para conseguir el fin que
se persigue (la protección de la cabaña ganadera), como demuestra la ciencia,
ni lo es desde ningún otro punto de vista, especialmente el económico por no
hablar del medioambiental. Si una propuesta tiene en contra los factores
científico, económico, medioambiental e incluso ético que pudieran tenerse en
cuenta, mientras que a favor únicamente cuenta con una superstición cerril, ¿no
es una propuesta que no debería ser tomada en consideración? Pues se ve que no.